Wednesday, April 24, 2024
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La soterrada explotación del alerce

«Vicente Pérez Rosales, el político y diplomático encargado de la colonización de parte del sur del país dio la orden de quemar grandes extensiones de esta longeva especie entre Puerto Varas y Puerto Montt, entre los años 1850 y 1860».

Por Sofía Navarro y Bastián Oñate
Nota del Editor: La siguiente es la versión completa de un artículo de la Edición 18. / Patagon Journal
 
Ni la penumbra que reina a eso de las 6 de la mañana nos hace bajar la guardia durante el viaje desde Puerto Varas a la localidad de Alerce. Allí nos esperaba Álvaro Dufournel, administrador del fundo Entre Ríos, ubicado en las faldas del imponente volcán Calbuco. Tras reunirnos en el lugar acordado, lo seguimos hasta la entrada del predio.
 
La densa neblina que nos acompaña le da tintes sombríos al ambiente. Un tanto incómodo por la hora, al descender del vehículo Dufournel nos indica que estamos atrasados, y el retraso un implica un grado de riesgo: pretendemos entrar a la sección de 106 hectáreas que se encuentran tomadas por un grupo de traficantes de madera, quienes por años han talado indiscriminadamente el bosque nativo que crece en esta zona.
 
Con aserraderos ilegales y caminos tan abruptos como la misma piedra madre se los permite, desde las laderas bajan camiones cargados de alerce (Fitzroya cupressoides), un árbol catalogado en peligro de extinción, y otras especies nativas de la región de Los Lagos, en el sur de Chile.
 
Un tipo peligroso, se dice que el cabecilla de este grupo cuenta con cerca de 180 personas trabajando para él, y está dispuesto a pagar con cárcel las multas de más de 1000 millones de pesos que el Estado chileno le ha impuesto por la tala ilegal de alerce, puesto que sabe que en su ausencia sus empleados seguirán explotando el bosque.
Foto: Álvaro DufournelFoto: Álvaro Dufournel
Nos subimos a una camioneta que nos dejará en el lugar que fue cercado para delimitar el predio que está tomado, y el silencio es ensordecedor. En el camino pasamos a buscar a un trabajador de confianza de Dufournel, que conoce estos bosques como la palma de su mano porque toda su familia tiene un pasado ligado a la tala del alerce. “Lo tenemos rehabilitado”, dice en tono de broma el administrador del fundo.
 
Saltamos el cerco que delimita lo “legal” de lo “ilegal”, y en menos de cinco minutos comenzamos a observar las huellas de la explotación maderera. Como un animal que deja sus huellas, los extractores de alerce también dejan pistas en el bosque: basura, mucha basura, neumáticos, latas de cerveza, lonas de plástico, botellas e incluso zapatos.
 
“Cuando compramos el terreno sabíamos que estaba tomado por comunidades mapuche y este nocivo personaje con sus trabajadores. Pensamos que tendríamos el problema principal con la comunidad, pero para nuestra sorpresa el mayor problema es la tala ilegal del bosque. No entendemos cómo una persona puede hacer tanto daño de manera indiscriminada”, cuenta Dufournel.
 
Mientras caminábamos, nuestros guías estaban pendientes de los ruidos que emitía el bosque, siempre atentos en caso de encontrarnos con alguien. Nos apuramos por llegar a nuestro destino, conscientes que teníamos los minutos contados. No solo estábamos jugando con el peligro, sino que también con la decisión final de un juicio en el cual participan los dueños del predio y el jefe de los que explotan el bosque, una negociación que ha durado mucho más de lo presupuestado, con visitas de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI), demandas por tala ilegal e incontables malos ratos. En total, son tres fundos los que tienen problemas con este conflictivo personaje, razón por la cual decidieron tomar acciones legales.
 
“El patio trasero del fundo El Cabrito colinda con el nuestro. Es un predio que mantenía mucho bosque virgen, del que lamentablemente se talaron 200 hectáreas. El cabecilla de toda esta red cobra entrada a los predios para que puedan explotar el bosque, haciéndose pasar por el dueño. Los empleados del cabecilla corresponde a personas que generalmente son humildes, que creen en la palabra de este personaje y ahora están involucrados en el problema”, señala Dufournel.
Foto: Álvaro DufournelFoto: Álvaro Dufournel
 
Llegando al final de este camino que parece eterno se nos aprieta el estómago: está lleno de madera de alerce repartida por todas partes, y en la cima del pequeño cerro al que tuvimos que subir como polizontes se encuentra lo que buscamos. Yace un alerce centenario recién cortado, la viva imagen de que a pesar que esta especie está protegida y que su tala es penada por ley, incluso hoy hay personas dispuestas a derribar su vida centenaria para obtener su preciada madera.
 
“El problema aquí es que los vacíos legales le permiten a este personaje seguir talando. No tiene nada a su nombre, no existe nada que le puedan embargar, y las multas que le impone CONAF y el juzgado de policía local se las puede sacar durmiendo 15 días en la cárcel”, lamenta Dufournel.
 
El reloj corría y el tiempo se nos acababa. Ya eran cerca de las 8 de la mañana, hora en que los hombres suelen subir a reclamar la madera recién cortada de este árbol que crece entre 1 y 0,6 milímetros al año.
 
Luego de tomar unas fotografías, la angustia y el nerviosismo asomaban en los rostros de nuestros guías. Asumen que en caso de encontrarnos con los explotadores del bosque la confrontación será inevitable. La situación es peligrosa y optamos por bajar rápido y en silencio.
En los bosques sometidos a los aserraderos ilegales los vestigios de los alerces muertos se encuentran por todas partes, cuerpos dejados atrás, sombras de lo que en algún momento fueron. Foto: Sofia Navarro En los bosques sometidos a los aserraderos ilegales los vestigios de los alerces muertos se encuentran por todas partes, cuerpos dejados atrás, sombras de lo que en algún momento fueron. Foto: Sofia Navarro
 
Si el ascenso nos pareció una eternidad, el descenso se convierte en una carrera contra el tiempo, y la neblina ya no nos esconde ni protege. Las mismas huellas que nos guiaron a los alerces cortados ahora nos sacan del bosque. Las botellas y plásticos nos indican claramente el camino, hasta que finalmente divisamos el cerco que nos permitió acceder al mundo de la ilegalidad.
 
De un momento a otro nos sentimos a salvo, pero también nos inunda un sentimiento de triste tranquilidad, de impotencia, tal vez. Parece sorprendente que en pleno 2018 sigan ocurriendo casos como éstos, muchos de los cuales ocurren inadvertidamente para la mayoría de la población. Un deterioro ecológico y violento que no involucra solo a los alerces, sino que a todo el bosque nativo y la biodiversidad de la zona.
 
Mientras la neblina se disipa, nos percatamos de algo que antes pasamos por alto. Poco a poco innumerables tocones de alerces milenarios emergen entre la densa bruma, talados hace años para su comercialización, vestigios de lo que solía ser un bosque de gigantes árboles nativos: los abuelos lentos del bosque.
 
Nos despedimos de Dufournel y sus trabajadores, no sin antes ser avistados por el cabecilla del tráfico ilegal en la entrada del fundo. Nos mira con cara de desconfiado, y debería estarlo. Hemos logrado traspasar sus barreras para llevarnos la evidencia de la tala indiscriminada.
 
Foto: Rodrigo DíazFoto: Rodrigo Díaz
Más tarde, Jorge Aichele, director regional de Conaf, recalca que al ser una especie protegida el alerce vivo es intocable, su tala está prohibida, al igual que cualquier alteración al medio donde se encuentra. “La importancia de este caso en específico no es solo la tala de los alerces que se encontraron en el predio, sino la tala indiscriminada del bosque nativo en general, especies que tienen un gran valor ecológico”, afirma Aichele, poniendo énfasis también en la inexistencia de un plan de manejo para trabajar el bosque de forma sustentable.
 
Sin embargo, lo cierto es que la explotación del alerce y del bosque nativo está lejos de ser una problemática reciente, es un capítulo que está marcado a fuego junto a toda la historia moderna del sur de Chile y que sigue ocurriendo en algunos de los bosques remanentes de alerce cercano a centros poblados. 
 
Epílogo: Una centenaria explotación
En el camino entre Puerto Montt y Puerto Varas, rodeado por la maleza, un enorme tronco pasa inadvertido. Vestigio de la historia de colonización y explotación de la ecorregión valdiviana, yace allí la “Silla del presidente”, la cual narra parte del pasado sureño de la mano de un triste relato.
 
Este viejo árbol derribado es un lahual, o alerce. Según cuenta la leyenda, fue ocupado como silla por el presidente Montt (todavía no está claro cuál de los tres mandatarios de aquella familia) después que fuera cortado a mediados del siglo XX, poniendo fin a sus más de 3000 años en esta tierra.
 
Vicente Pérez Rosales, el político y diplomático encargado de la colonización de parte del sur del país dio la orden de quemar grandes extensiones de esta longeva especie entre Puerto Varas y Puerto Montt, entre los años 1850 y 1860. Los colonos necesitaban tierras de cultivo y madera para la construcción de sus nuevos hogares.
 Silla del presidente. COLECCIÓN DE JERMAN WIEDERHOLDSilla del presidente. COLECCIÓN DE JERMAN WIEDERHOLD
   
En la actualidad, se estima que en Chile persiste un 40% de la superficie original cubierta por los bosques de alerces, que es la especie arbórea más longeva del país y la segunda del mundo, después del pino Bristlecone de California. Alerces pueden vivir por más de 3.500 años. Hoy se encuentra en poblaciones fragmentadas en la cordillera de la Costa, desde Valdivia hasta Chiloé, y en parte de la cordillera de Los Andes, desde Llanquihue hasta las cercanías de Chaitén.
De un color rojo intenso y homogéneo, su madera posee una larga durabilidad que la convirtió en pieza importante de las construcciones colonas desde el siglo XIX en adelante, siendo también utilizada en muebles finos, instrumentos y barcos, aunque son las tejuelas de alerces las grandes expositoras de la casi exterminación de la especie. Así llegó a transformarse en un pilar fundamental de la historia arquitectónica del sur de Chile.
Comunidades enteras se ubicaron cerca de los alerzales para su explotación durante el siglo XIX, y en algunas localidades las tejuelas y la madera de este árbol funcionó incluso como moneda de cambio. Además, su exportación representaba un negocio bastante beneficioso para los alejados poblados que surgían en torno a la explotación maderera del bosque templado.
No fue hasta 1976 que el alerce fue considerado como “Monumento Natural”, rótulo bajo el cual su tala indiscriminada en territorio chileno pasó a ser prohibida y penada por ley. Hoy, el alerce está catalogado en términos de conservación como una especie amenazada. Aunque existe una disminución de la tala ilegal del bosque nativo, no deja de ser una problemática vigente. La ley que protege al alerce tiene sus fallas, y bajo la artimaña de trabajar “ejemplares muertos”, los incendios intencionales han puesto nuevamente en riesgo a esta especie con el fin de obtener su codiciada madera.
Así como la “Silla del Presidente” hoy pasa inadvertida a un costado de la carretera, la constante tala indiscriminada del bosque en Entre Ríos y otras propiedades cerca de la localidad de Alerce en el sur de Chile corre una suerte similar sin una intervención efectiva del público. El gran gigante de los bosques del sur del mundo sigue en riesgo.

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